A principios de la década del 2000, una línea ferroviaria abandonada en Manhattan se estaba deteriorando, un recuerdo de una época en la que los trenes de carga viajaban directamente a través de la ciudad. Para la mayoría de su ciudadanía, era un sitio destinado a la demolición. Sin embargo, algunos residentes visionarios vieron una oportunidad en este espacio abandonado y abogaron por transformarlo en un espacio verde público para la comunidad. El éxito del proyecto pareció provocar un "efecto High Line", que inspiró a otras ciudades estadounidenses a buscar infraestructura cívica en ferrocarriles, carreteras y sitios industriales obsoletos.
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