El olor del pan recién hecho, de las crepes con azúcar, de los bizcochos de yogur y limón saliendo del horno. Aromas inconfundibles y familiares que transportan a aquellas interminables tardes de verano en casa del pueblo de los abuelos. Cuando los últimos rallos de sol caían sobre el porche color verde deslavado, sobre la inolvidable mecedora de mimbre con el cojín de pata de gallo. Recuerdos íntimos y personales que evocan la esencia del hogar.
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