La ciudad siempre ha sido un escenario de transformaciones. Las direcciones, los flujos, las formas en que las personas se apropian de los espacios cambian, los deseos cambian, surgen nuevas demandas, surgen nuevos lugares. Tal abundancia, si bien permite un carácter innovador y cambiante a la ciudad, también tiende a exigir flexibilidad programática y estructural de la arquitectura. En el último año, especialmente, pudimos seguir, a una velocidad vertiginosa, grandes cambios en las ciudades y sus espacios. La pandemia trajo consigo nuevos paradigmas, alterando repentinamente órdenes establecidos desde hace mucho tiempo. Las casas se convirtieron en oficinas, las oficinas quedaron desiertas, los hoteles fueron reemplazados por camas médicas y los estadios se transformaron en hospitales. La arquitectura, en medio de todo esto, tuvo que mostrar su flexibilidad albergando usos antes inimaginables. Una adaptabilidad que parece ser cada vez más la clave para crear espacios coherentes con la forma (y velocidad) en que vivimos.
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