Se dice que cuando Le Corbusier llegó a Grecia, quedó impresionado por su arquitectura. Los templos helenísticos, el sistema de proporciones que los regulaba y su monocromía. Muchos de estos elementos influyeron su obra. Pero algo que habría sorprendido al arquitecto, es que en realidad, los templos griegos no eran monocromáticos, de hecho estaban lejos de serlo. Azul, rojo, verde y hasta dorado. Esos eran los vibrantes colores que envolvían las construcciones griegas. Frisos, frontones, columnatas, y hasta esculturas. Cada centímetro estaba recubierto de color generado a partir de pigmentos. El paso del tiempo, las guerras, la acción del sol, lluvia y viento junto con la naturaleza caduca de los pigmentos, provocaron que las superficies quedasen desteñidas, dejando el frío mármol al descubierto.
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