Tradicionalmente la arquitectura ha centrado su interés en conceptos como estructura, forma, o espacio, relegando a un segundo plano otros como acabados u ornamentos, por considerarlos trabajos “menores” vinculados a la artesanía o incluso a lo femenino. Este desequilibrio, heredero de una forma elitista y patriarcal de entender la profesión, premia en contraposición otros como alto coste, materiales nobles, o esfuerzo estructural asociándolos a valores aparentemente “deseables” como puro, preciso, o incluso viril. Cuando decidimos usar un determinado material, o un color, por ejemplo las materialidades blandas o el uso de geometrías ornamentales, esto no sólo ofrece unas determinadas características físicas al usuario, sino que a la vez está estableciendo un debate con la historia de la arquitectura o con el imaginario simbólico que nuestra sociedad otorga a un determinado color o material. Entendemos que la arquitectura es una parte fundamental en la construcción de sociedades justas y democráticas, encargada de construir los espacios de convivencia y relación, de ahí nuestro interés en investigar de qué manera nuestra práctica puede aportar nuevas herramientas a este proceso.
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