A simple vista, construir una piscina en un borde costero podría parecer una decisión poco estratégica ¿por qué alguien elegiría bañarse allí teniendo la inmensidad del mar o el río a unos pocos pasos? Sin embargo, a pesar de nuestra primera intuición, en muchos casos estas construcciones son percibidas como infraestructuras realmente significativas por personas con movilidad reducida, niños u otros actores para los cuales los cuerpos de agua naturales pueden representar espacios inseguros. Desde esta perspectiva, las piscinas costeras se presentan como dispositivos de conexión que vinculan a las personas y el paisaje, habilitando el uso de los territorios marítimos y fluviales para que nuevos actores puedan disfrutar del agua de manera segura, sin sacrificar las vistas hacia el horizonte acuático.
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