El solar se halla en el borde de la ciudad, en el límite entre la ciudad y el campo, entre lo tristemente artificial y lo natural. Campo extremeño que cualquiera puede entender como equivalente del mar para esta tierra. Durante la realización del concurso concluimos en que había que elegir. Entre pertenecer a la ciudad, a lo artificial, o pertenecer a lo natural. No podía ser de ambos y optamos, como siempre, obedeciendo a un impulso obcecado siempre en esa dirección, por la segunda opción. Esto nos obligó a posar el edificio en una cota muy inferior a la calle, debido a que el desnivel creado entre un mundo y otro era importante.
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